viernes, 15 de febrero de 2013

CORDURA O LOCURA


  ¿Cómo diferenciar la cordura de la enajenación mental? ¿Cómo sabemos que podemos confiar en la persona que tenemos frente a nosotros? ¿Cómo distinguir a un demente de una persona cuerda? ¡Una ardua tarea!
Solemos tachar de desequilibradas a las personas por su apariencia de abandono y ademanes lunáticos. Bajo nuestra mirada juiciosa, los excluimos de nuestro círculo, un círculo que creemos se rodea de personas que están en su sano juicio. Deberíamos preguntarnos, si las personas a las que hemos dado la oportunidad de estar en nuestro entorno, deberían estar en él, o no. Personas a las que acabamos de conocer y automáticamente les concedemos nuestra amistad por el mero hecho de ser educado/a, guapo/a y vestir ropa recatada. Por haber viajado y hablar varios idiomas. Por tener un buen nivel adquisitivo y un coche lujoso. Así somos los humanos, nos deslumbramos por la fachada y no miramos en el interior, que es donde realmente, se llega a conocer a las personas. Nos quedamos impresionados con discursos bien narrados de un completo desconocido y damos por sentado que es cierto todo lo que dice. Nos llegamos a creer historias tan inverosímiles como que el ser humano puede volar. Lo expresan con tanta cordura y fundamentos, que hasta las locuras se nos antojan verdades. Es el poder de las palabras, el don del buen narrador, el pragmatismo de las personas el que nos hace, no valorar, si la exposición es una simple historia en mente de una persona que no discierne de la realidad. Están tan inmersos en sus creencias, que son verdaderamente locuaces, y nos hacen recapacitar sobre temas que en boca de personas de nuestro alrededor, no hubiéramos siquiera prestado atención, es más, le hubiéramos dicho que era un demente y habríamos zanjado el tema con un “¡no sabes lo que estás diciendo!”. Ahora, si llega un completo desconocido y nos hace una buena exposición, nos quedamos boquiabiertos y valoramos todo cuanto nos dice.
Tenemos sensores que nos indican, según el juicio de cada uno de nosotros, de quién es bueno o quién es malo, independientemente de si nos equivocamos o no. Y aún dándonos cuenta de que esa persona que nos deleita con historias de marcianos no está muy bien de la azotea, seguimos en nuestros trece pensando que quizás esa persona haya encontrado o visualizado algo que a nosotros se nos haya pasado por alto. Nos vienen a la cabeza personas como Leonardo da Vinci, uno de entre tantos visionarios que diseñó un avión en el siglo XV, y nos vienen ideas de lo que pensaría la gente de ese disparatado artilugio. Le damos el margen de la duda a una persona que nos persuade con un ideal bien detallado, por el mero hecho de pensar si no estará en lo cierto. ¿Y si... yo pienso que no es cierto y luego resulta ser verdad y lo he puesto en entredicho? ¿Y si... resulta ser el primer ser humano en volar y yo lo he tachado de desequilibrado? Pero... ¿Cómo saber discernir entre un lado u otro? ¿No creéis que en el siglo XV también tacharon de locos a los visionarios que expusieron su idea de surcar los cielos?
Es tan delgada la línea que delimita la cordura de la locura, que nunca sabremos diferenciar a un lunático de una persona cuerda, exceptuando, por supuesto, los casos que son obvios a nuestros ojos. Los casos donde la otra persona dice ser Juana de Arco o Joda de la Guerra de la Galaxias. Y en otros casos, que por desgracia no llegamos a darnos cuenta, personas inocentes perecen en manos de ejecutores que dicen seguir el mandato de una voz interior.
Estemos alerta. Hay personas con gran elocuencia persuasiva que pueden hacer que creamos lo que ellos deseen hacernos ver, por muy inalcanzable que nos pueda parecer. Por eso hay que tener siempre los pies pegados al suelo y no dejarse arrastrar por corrientes a las que no pertenecemos, y ante todo, no hacer juicios premeditados de personas a las que no conocemos.  

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